Mi nombre es Violet y, antes de nada, te mando un fuerte abrazo en estos momentos que estás viviendo.
Me gustaría contarte un poco de mí y reflejar en estas líneas como ha sido mi trayectoria hasta llegar aquí hasta ti.
Desde muy niña, prácticamente desde que tengo uso de razón, siempre he sido voluntaria en colonias, protectoras y refugios de animales. Así que, desde niña la muerte animal ha estado muy presente en mi vida, y podría decir que, cada fallecimiento y cada duelo eran distintos en mí. La primera vez que me enfrenté a la despedida de mi compañero animal fue a los 19 años. Mi gatita Chiqui de 18 años de edad, había enfermado de VLFe (virus de la leucemia felina).
Estuve a su lado todo el tiempo que pude, intentando sentir lo que ella necesitaba en cada momento y sobre todo, intentando no equivocarme con las decisiones que debía tomar día tras día. Y, lamentablemente, llegó el día en el que decidieron ponerle la eutanasia. Días antes la ingresaron y todo fue demasiado rápido. No pude despedirme de ella. Eso forjó en mí un sentimiento de resentimiento con el que tuve que lidiar durante años.
La segunda vez que tuve que enfrentarme a la despedida de uno de mis animales fue con mi perrito Dino de 20 años de edad. Sufrió una parálisis repentina y, como consecuencia, el veterinario me aconsejó eutanasiar en ese mismo instante. Aunque yo estaba allí con él, sabía que a mis 4 hermanos les gustaría poder despedirse también, así que hice caso a mi corazón y le pedí al veterinario que le medicara para que no sintiera dolor y poder llevarle a casa. De esta manera, todos nos pudimos despedir de él. Dino falleció de madrugada en casa y rodeado de todos los que le amábamos. La decisión de retrasar el momento de su partida fue mía y, por ello, temí sentirme culpable. Por suerte no fue así. Me sentí bien, ya que mi corazón me decía que así debía ser. Mi instinto me transmitió no solo que Dino no sufrió sino también que no sintió dolor y que estuvo en casa con sus seres queridos hasta su último aliento.
Mis dos compañeros animales se habían marchado y sus despedidas fueron tan distintas para mí, que eso me marcó.
Años más tarde, decidí estudiar Auxiliar Técnico de Veterinaria para poder ayudar y acompañar mejor a los animales. A pesar de que la enfermedad y la muerte estaban muy presentes en mi día a día, aprendí a gestionarlo como mejor pude y supe en aquellos momentos.
De nuevo, muchos años después, me encontré cara a cara con la muerte y esta vez, llegó de una manera devastadora.
El refugio en el que soy voluntaria se vio, en aquel entonces, afectado por el parvovirus felino. Es un virus que actúa muy rápido por ser altamente contagioso y que puede ocasionar la muerte del animal infectado en pocas horas. A veces nos daba algo de tregua y teníamos entre uno y dos días para actuar, pero no era suficiente. Este virus mortal los estaba matando despiadadamente y apenas podíamos hacer nada para evitar que esto sucediese. Me sentía impotente. La desesperación, la angustia y el dolor me consumían, la culpa me invadía y me costaba respirar. Y así fue como grité al cielo que me enviara una señal.
Sentía que lo que estaba viviendo no podía acabar así, que debía haber algo más. Entonces, ese mismo día, al llegar a casa, miré mi teléfono y vi un post de una escuela en la que se impartían enseñanzas de comunicación animal, entre muchas otras terapias.
Casi sin darme cuenta, eso que yo sabía que tenía dentro, volvió a surgir en mí y sentí que ese era el camino que debía seguir en esos momentos: debía formarme como Comunicadora Animal.
A través de la comunicación pude ver que sí podía hacer algo más por ellos, por todos esos animales que se cruzaban en mi camino y a su vez, hacer algo por mí: liberarme de esa culpa que no me dejaba respirar y que me ahogaba a diario. De esta forma, decidí seguir formándome para comprender el proceso de la vida, la muerte y el duelo. Pude ver que los animales toman sus propias decisiones y que debemos respetarles hasta el final. Aprendí a verles con el corazón y eso me ayudó a ser mejor en mi labor y a ser más comprensiva conmigo misma, entre otras muchas cosas.
Una vez que integré lo fundamental del ciclo de la vida, recordé nuevamente a mi Chiqui y a mi Dino. Y también a todos aquellos animales que estuvieron conmigo y se despidieron de mi.
Recordaba constantemente todas aquellas decisiones que tuve que tomar por ellos y me decía a mí misma: ¡ojalá hubiera tenido a alguien a mi lado que me hubiera guiado en los pasos a dar y que me hubiera transmitido los deseos de ellos! En definitiva, su sentir.
Tras terminar mi formación, ya podía llevar a cabo mi propósito de vida:
Sentía que ya estaba preparada para dar el siguiente paso: formarme como Acompañante de la Muerte Animal, y así lo hice.
Siguiendo mi camino desde que nací y desde el lugar que me corresponde en este mundo como Chamana, seguí haciendo caso a mi corazón…
Decidí hacerme profesional en el acompañamiento en la muerte, porque sé lo necesario que es escuchar y acompañar al animal hasta su último aliento, así como sostener a su familia humana y multiespecie en su despedida.
El acompañamiento en la muerte tiene una clara finalidad y es precisamente que la culpa no nos invada y que no exista remordimiento alguno. Que no quede lugar para el resentimiento y, de esta manera, poder tener paz en nuestro interior para sentir su pérdida desde el corazón.
Trabajando como acompañante en la última etapa de vida animal, me di cuenta de que aún había mucho camino por recorrer. En los maravillosos hogares, donde me habían abierto sus puertas para acompañar a sus animales en su trascendencia, quedaban personas transitando un duelo y sintiéndose desamparadas.
Y ahí fue cuando sentí una fuerte vibración en mi corazón. La señal que me decía que debía formarme como Acompañante del Duelo Animal. Así que me inicié con la psicóloga Cristina Cuesta en su Escuela Duelo Animal. Fue mi primer contacto teórico con este mundo maravilloso, y pocos días después, me apunté también al curso superior universitario en acompañamiento e intervención terapéutica de duelo. Más tarde apareció en mi vida la Formación ADA (Acompañante en el Duelo Animal), donde se trabaja más la práctica, con Laura Vidal, y no lo dudé, sabía que era el siguiente paso que debía dar en mi camino de vida ,para completar y seguir expandiéndome, dando lo mejor de mí, pues como tú, yo también he estado al otro lado, donde mi corazón estaba roto en mil pedazos, donde muchos no me comprendían, pues algunos decían que solo era un animal, rota, perdida en mi dolor, sin nadie a quien acudir.
Ahora sé que tuve que pasar por todo eso, para poder entender a mis dolientes, para poder sentirlas desde lo más profundo de mi corazón.
“En nuestras vidas por un tiempo maravilloso, en nuestros corazones para siempre”
©Vozinterior2023
Imágenes y texto VioletCrazy
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